Tributo a Biaggio Proietti
Caro Biagio,
Todavía no he conseguido despedirme de ti. Frente al anuncio de tu muerte en marzo, hace ya muchas semanas, la reacción normal habría sido escribir un homenaje al miembro del Comité Ejecutivo de W&DW, hasta que en ese congreso de Venecia y en esa alegre cena de la última noche con colegas y amigos decidiste ceder el puesto a tu amigo Andrea. Sé que estabas un poco triste, la palabra "Fin" en la última página de un guión está bien, pero por lo demás no te gustaba mucho esa palabra. A mí tampoco. Al día siguiente, como hemos hecho durante muchos años en nuestros viajes conjuntos para la CISAC y W&DW, caminamos durante horas por Venecia, tomamos una copa, almorzamos, volvimos a caminar, descubriendo nuevos lugares, paisajes, contando historias.
Cuando me enteré de tu muerte no pude escribir el homenaje que había planeado. Incapaz de decir adiós, de hablar de condolencias. Ya que nos íbamos a encontrar de nuevo en Roma, con una pasta cacio y pepe, la tuya y luego también en uno de tus restaurantes favoritos del gueto. No podía renunciar a eso. Habríamos caminado, un poco menos tal vez, de todos modos una de tus bromas favoritas, como en las subidas empedradas de Lisboa, con las manos cruzadas a la espalda, era que ibas a morir en una de esas interminables caminatas. "No lograste acabar conmigo en México, en París, en Washington, Río, Pekín... ¡así que tampoco será esta vez!
Pero tuve que asumirlo, algunos de mis compañeros tal vez no se habrán enterado de la noticia, pasaron las semanas, sé que no habrá Roma, ese maldito COVID que aplazó, canceló, alteró todo. Nos quedaban esos pequeños correos electrónicos felices, un poco menos felices después de la muerte de tu esposa Diana. Luego, menos frecuentes.
Esto no es un final, no es una simple despedida del querido miembro del comité ejecutivo de Writers & Directors Worldwide, del reconocido autor, del activista. Me despido del amigo, de sus historias, de sus pasiones, de su memoria elefantiásica, de su amabilidad y de sus ojos siempre brillantes.
Yves Nilly